Cierta vez leí una frase que decía algo así como: “Si quieres un niño que se porte bien, que no llore, que no haga ruido, que no moleste, que noooo… entonces cómprate un muñeco. Los niños lloran, juegan, gritan, aman, saltan, exploran, rompen y todo eso porque están aprendiendo a conocer el mundo. Lo hacen porque son niños, no lo hacen para molestar, ni tampoco para probar tu paciencia”. Yo agregaría que tampoco lo hacen porque padezcan algún trastorno orgánico o psiquiátrico, sino porque son simplemente niños.
Si algo define la esencia infantil es el movimiento, la curiosidad, la exploración, la vivencia emocional intensa y constante.
Ojalá lo de comprarse un muñeco fuera la opción para personas indispuestas a sobrellevar la naturaleza infantil emocionalmente intensa, curiosa, inquieta y movediza. Sospecho que acabarían los diagnósticos del tipo Déficit de Atención con Hiperactividad (ADHD o TDAH) entre otras patologías que cada año van engrosando un muy cuestionable listado de trastornos psiquiátricos infantiles con el agravante de que demasiados niños terminan medicados con drogas peligrosas y dañinas, oportunamente facilitadas por laboratorios como una suerte de botón de apagado que muchos progenitores y maestros hubieran querido que los pequeños trajeran de fábrica.
Me pregunto cuántos despropósitos, cuántos fracasos educativos, cuántas infancias destrozadas más vamos a permitir, antes de aceptar que los niños no son el problema sino el síntoma de nuestros problemas. Los niños navegan en las mismas aguas emocionales de sus adultos significativos (padre, madre, cuidadores, familiares…). Aguas muchas veces tan turbulentas, llenas de tensión, prisas, desconexión emocional, estrés, culpa, conflictos y represiones que provocan la alteración y la desregulación emocional de las criaturas. De modo que, para ellas, una forma de sobrevivir al caos puede ser refugiare en su propia fantasía distraídos con el pajarito que pasa por la ventana del aula de clase o moviéndose con mayor intensidad o desenfreno para aliviar sus propias tensiones. Pero en la escuela, un lugar que bien podría ofrecer la oportunidad de contención que el niño no recibe en casa, los pequeños se encuentran con una realidad aún más rígida y sobre exigente, con espacios y dinámicas anti-niño, diseñadas para que pasen interminables horas, cada día, reprimiendo su energía y movimiento. Agreguemos la manía de violentar las diferencias individuales (más reposado o más activo, más desordenado o más ordenado, más tímido o más sociable, más centrado o más disperso…) para meterlos a todos por igual dentro del surco de una pretendida normalidad. Agitemos el recipiente y tendremos como resultado la peregrinación de familias por los consultorios de especialistas de donde salen con criaturas diagnosticadas y sentenciadas a mantenerse drogadas para no molestar a los adultos.
La pregunta que cabe hacerse en este escenario es ¿realmente son los niños los que padecen déficit de atención, o estamos ante una pandemia de déficit de atención y de compromiso emocional de los adultos hacia los niños?
Fuente: Berna Iskandar @conocemimundo
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