Rocío Mayoral 06/02/2012
Agresividad, violencia, acoso… Las portadas de los periódicos nos inundan diariamente con noticias de este tipo. Incidentes en el fútbol, en la escuela, en la calle, en la red... Son tantas que a veces parece que ya no nos afectan. Sin embargo, cuando el que sufre es un niñ,o afortunadamente todavía son muchos los que se conmueven.
Y es que proteger a la infancia hace mucho que se ha convertido en una prioridad. Sin embargo algo sucede. Las cifras de maltrato no descienden. Según las estadísticas ofrecidas por las Comunidades Autónomas se calcula que en España el porcentaje anual de maltrato infantil oscila entre un 15 y un 18%. A pesar de los esfuerzos de instituciones y profesionales, los datos siguen siendo alarmantes.
Tal vez lo que pasa es que todavía necesitamos de mayor conocimiento y concienciación sobre las graves consecuencias que el maltrato genera en la infancia y en el conjunto de la sociedad.
Consecuencias del maltrato
Investigaciones muy recientes están desvelando información de gran relevancia. Gracias a ellas, hoy sabemos sin lugar a dudas, que la violencia genera secuelas en todos aquellos que la sufren. Se ha demostrado que el maltrato produce un grave impacto en el cerebro infantil.
En un estudio de la Universidad de Londres dirigido por el Dr. Eamon McCrory se ha podido confirmar que el cerebro de niños procedentes de entornos agresivos presenta diferencias claras con el del resto de menores. En su investigación mostraron a los niños fotos de personas con gesto de enfado. A través de escáneres cerebrales detectaron que los que habían sido víctimas de maltrato presentaban una activación súbita y significativa en la ínsula anterior y la amígdala, dos áreas cerebrales encargadas de detectar las amenazas del entorno y activar los mecanismos de alerta.
Estos resultados confirman que el cerebro de los niños maltratados aprende a protegerse y se vuelve hipervigilante. Vive en alerta continua para ser capaz de interpretar signos potencialmente peligrosos o amenazantes. La gran activación cerebral que se requiere genera un amplio desgaste emocional y cognitivo y produce niveles de ansiedad muy elevados y difíciles de controlar. Mucho más para un niño. Terrible.
¿Comprendemos la entidad de estos resultados? Quizás baste con aportar un dato. Las reacciones observadas en el cerebro de los pequeños del estudio fueron exactamente iguales a las de soldados gravemente traumatizados por experiencias bélicas. Esta evidencia es dramática. Demuestra que el cerebro de un niño expuesto a violencia frecuente experimenta reacciones cerebrales, fisiológicas y emocionales iguales a las producidas por traumas de guerra.
Las secuelas de la violencia
Estudios como éste deben hacernos recapacitar. Hasta ahora se pensaba que algunos niños sometidos a maltrato conseguían no sufrir. Las imágenes cerebrales demuestran lo equivocados que estaban. Lo que sucede es que a veces el cerebro no puede afrontar los hechos y “desconecta” emoción y cognición. Bloquea el pensamiento para no sufrir y por ello a veces no hay signos externos de afectación. Pero el rastro del impacto queda registrado a nivel neural. La apariencia de normalidad es un síntoma de trauma que hay que rastrear.
¿Quedan secuelas del maltrato en la vida posterior del niño? Claramente. Todos los estudios concluyen que la violencia en la infancia produce alteraciones neurológicas que determinan su personalidad, el estado de sus afectos y el desenvolvimiento personal a lo largo de su vida.
Hoy sabemos por ejemplo, que las víctimas infantiles de abuso o de negligencia física o emocional desarrollan menos cantidad de materia gris en áreas determinadas del cerebro, que serán diferentes en función del tipo de maltrato que se padezca. También se ha demostrado que los se enfrentaron a la violencia de pequeños tienen más riesgo de desarrollar problemas de salud mental en su vida futura, especialmente trastornos de ansiedad, estrés postraumático, depresión, disociación,… Sin la atención adecuada estos daños pueden afectarles de por vida. Además, los estudios han demostrado sobradamente que la violencia se aprende. Muchos de los que no caen en el trauma adquirirán patrones de comportamiento similares en su vida futura. ¿Merece la pena arriesgarse? ¿Podemos permitírnoslo?
¿Detectamos con claridad qué es agresión y qué no lo es?
Hay mucho por hacer. Por suerte, hoy se está trabajando mucho para reducir las cifras de maltrato. Pero el reto es difícil ya que la mayor parte del maltrato infantil no se detecta.
Según informan los servicios de protección a la infancia, el tipo de maltrato infantil más frecuente en nuestro país es el causado por negligencia, seguido del maltrato emocional. Solo después se situaría el maltrato físico y el abuso sexual. Los primeros son más dañinos y mucho más difíciles de detectar. Se esconden tras una normalidad aparente. Esto hace que a veces el daño persista en el tiempo, sin que nadie lo denuncie, sin que se reconozca como tal…. Bueno, si alguien lo detecta a la primera: el cerebro, que marcará la personalidad, las emociones y muchas de las actuaciones de los niños de hoy y los adultos de mañana.
Debemos por tanto ser conscientes de la gravedad del tema. Según se informa cada año, la mayoría de casos en nuestro país siguen sin denunciarse. Y no sólo eso. La mayoría de niños víctimas de maltrato no recibe ayuda de ninguna clase. ¿Es quizás porque ya no detectamos con claridad lo que es agresión y lo que no?
Lo cierto es que estamos inmersos en un modelo social en el que la agresividad y el acoso están altamente normalizados. Nos inundan en el trabajo, en la tele, en el fútbol… A veces no nos alarmamos; hasta que hay una muerte… o varias, como sucedió la pasada semana en Port Said, en Egipto. Vivimos en un mundo violento y estamos dejando incluso que dañe a nuestro bien más preciado: la infancia… ¿De verdad no podemos hacer más?
Fuente: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/blogs/divan-digital/2012/02/06/la-violencia-deja-graves-secuelas-en-el-cerebro-infantil-91997/
Autora: Rocío Mayoral
BIOGRAFÍA
ROCIO MAYORAL. Neuropsicóloga, Orientadora Escolar, Maestra y Logopeda. Posee varios masters en Psicología y Educación. Ha trabajado como profesora de Diagnóstico en títulos propios de la Universidad Complutense de Madrid. Ha participado en numerosas investigaciones en el campo de la Neuropsicología y procesos psicológicos Básicos, en educación y desarrollo del lenguaje.
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