jueves, 13 de enero de 2011

¡No me maltrates, por favor!




Teresa Valdés Betancourt *


La mujer que iba caminando por el Jardín Libertad impunemente pegaba a la niña que lloraba por un juguete. La mujer con molestia evidente, le apretaba los pequeños hombros y le hablaba sobre su carencia de dinero para comprar otras cosas. Nadie se atrevió a impedir esa exhibición de maltrato infantil. ¡Era la madre!
Los datos aportados en un estudio de Unicef y The Body Shop, revelan que casi 275 millones de niños y niñas en el mundo, se ven sometidos actualmente a casos de esas manifestaciones. Por violencia infantil doméstica se considera aquel abuso físico, sexual o emocional que ocurre en una casa o entre componentes de una misma familia, partiendo de los propios progenitores hacia menores de edad. Con el agravante de que el 40 por ciento de esos niños y niñas maltratados corren el riesgo de ser un futuro maltratador o agresora.
Se reconoce el amplio ciclo psicológico de la violencia, cuando hay golpes, injurias, vejámenes entre la pareja y, esa mujer maltratada traslada sus emociones de víctima, hacia hijos e hijas e incluso, hacia personas de la tercera edad a cargo de sus cuidados.
Pero la violencia doméstica infantil es la gran olvidada. Vale argumentar, pues esas criaturas no tienen palabras para declarar sus padecimientos por las múltiples manifestaciones de tales situaciones, son mudos testigos de los actos violentos entre padre, madre o tutores, también pueden ser víctimas al recibir golpes o agresiones como parte del conflicto doméstico y hasta, como receptores de las presiones emocionales de quienes les cuidan y a veces hasta en el aula y el colectivo escolar.
Sobre esa necesidad de detectar víctimas de la violencia infantil doméstica entre escolares de primaria, a fin de prevenir y erradicar oportunamente esas lamentables situaciones, la Maestra Nancy Fuentes del DIF Estatal de Colima señala que nadie, a pesar de sus heridas o cicatrices, tiene el derecho a lastimar una infancia, porque como adultos, tenemos la responsabilidad de sanar nuestras heridas y brindar nuevas posibilidades a las generaciones que llegan. Más adelante argumenta:
“Esas heridas en la infancia dejan cicatrices en el alma que nos acompañan durante el resto de nuestra existencia, y en muchas ocasiones son esas cicatrices, las que impulsan nuestras vidas y nos llevan a nuestros éxitos o a nuestros fracasos. Para bien o para mal 'infancia es destino' como expresa el psiquiatra mexicano Santiago Ramírez.
“Cada individuo nace con su propio temperamento y potencialidades, y es muy fácil afectar su destino, porque el daño que causa la violencia y el abuso en esas edades tempranas puede llegar a destruir la posibilidad de ser feliz, porque individualmente reaccionamos de forma distinta ante lo vivido.
Las madres, padres, docentes y representantes de gobierno, tratan de proporcionar a la infancia, herramientas que le permitan el acceso a un mejor futuro, que van desde proporcionales una buena educación, alimentación, salud y afectividad. Y aún a pesar de proporcionar esas circunstancias favorables no podemos asegurar una vida adulta exitosa, ya que esto implica la interacción de más factores: genéticos, psicológicos, económicos, sociales y ambientales.
Cada vez se requiere de más educación, capacitación en escuelas para madres y padres, propiciar talleres de instituciones con el objetivo expreso de detectar las formas, manifestaciones y modalidades de la violencia, de género y hacia todas las edades.
Si alguien le hubiera preguntado a esa madre atormentada si quería a la niña, ella hubiera respondido afirmativamente, y la niña hubiera podido pedirle: Si me quieres, no me maltrates.

Fuente: *Maestra en Ciencias de la Comunicación.
valdes.teresa@gmail.com

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