viernes, 18 de diciembre de 2020

Los niños y la celebración de las fiestas de diciembre.

 


Hola, ¿Cómo estás?, hoy quiero compartir contigo dos cosas que me parecen importantes sobre los niños y la celebración de las fiestas de diciembre.


La primera tiene que ver con dejar atrás la práctica insana de amenazar o condicionar la llegada de Santa o Los Reyes y sus regalos según el niño se “porte bien o mal”, haga o no lo que esperamos, etc. Como ya he explicado profusamente en comunicaciones anteriores, los premios y castigos no son estrategias éticas, comportan malos tratos y siempre generan consecuencias adversas en el desarrollo de los niños.

La segunda tiene que ver con la vorágine consumista inherente a estas fechas, nada saludable ni para el equilibrio ecológico del planeta ni para nuestro equilibrio económico o emocional. Nos vendría bastante bien resignificar la manera en que hemos terminado entendiendo la celebración de estas fiestas, reorganizar las prioridades, y si existe una prioridad entre las prioridades, es la de recuperar el encuentro humano consciente, sentido, el disfrute de permanecer conectados en intimidad emocional, en el intercambio amoroso y empático.

En nuestras sociedades acostumbramos a conectar con los niños a través del consumo (peregrinajes a centros comerciales, comprar y comprar juguetes, chucherías, llevarlos a salas de juego sobre estimuladas o al cine con más chucherías y compra de mercancía vinculada con los personajes de las pelis…) Es importante incluir en nuestras agendas actividades que nos permitan permanecer conectados sin recurrir a la distracción de consumir cualquier cosa, en general innecesaria. Hacer más paseos en la naturaleza, sentarnos a dibujar y hacer manualidades en casa, cantar, contar cuentos, establecer espacio y tiempo de disfrute para comunicarnos desde el corazón, disfrutar performances de cuentacuentos o teatro infantil, conciertos, exposiciones de arte u otras actividades en la ciudad que nutran el alma y nos ayuden a conectar con lo bello y con lo bueno de la vida.

Regalarnos y regalar a nuestros hijos e hijas experiencias de fusión emocional nutritivas en lugar de perdernos entre consumos o diversiones compulsivas que solo aportan un breve placer seguido de un vacío y una profunda insatisfacción vital.

 
Felices fiestas y que abunden e amor y los buenos tratos en la crianza.

Por: Berna Iskandar
@conocemimundo

lunes, 2 de noviembre de 2020

Lo que nadie te dice sobre el miedo

 



Ayer una mamá en general amorosa y dedicada, me contó asumiendo su error, que ella solía asustar a su hijo de tres años cuando — por ejemplo — no quería regresar del parque a la casa y le decía que había que irse porque iban a venir fantasmas, y que así conseguía que su hijo le hiciera caso.


Sembrar miedo como dinámica para ejercer control, ha sido la base fundamental de la educación y la crianza mayoritaria.

La anécdota del principio es solo un ejemplo.  La verdad es que no es necesario llegar a asustar con fantasmas ni con llevarlos al pediatra para que les pongan una inyección si no se lo comen todo o con llamar a la policía para que se los lleve presos por "portarse mal"...  un niño que se deja solo en la cuna "para que aprenda a dormirse" pasa mucho miedo, los niños que se quedan llorando en la escuela para adaptarse pasan muchísimo miedo... podría enumerar hasta el infinito las aproximaciones comunes y naturalizadas en la crianza con las que generamos miedo y estrés innecesario, evitable, a los niños y niñas.

¿Te has preguntado cuánto de ese miedo que hoy te entumece y paraliza como adulta es real (adaptativo) o si se trata de un miedo irracionalmente proyectado desde los propios condicionamientos infantiles...  miedos como los de los fantasmas del parque creados por interesados en controlarte?

Cada vez que aparezca el miedo en tu vida, eleva el pensamiento y ponlo en su lugar. Pregúntate ¿cuánto de ese miedo corresponde a una amenaza real y cuánto de ese miedo pertenece a una reacción automática condicionada por las propias experiencias infantiles activándose fácilmente con cualquier detonante externo? Aprende a separar la paja del trigo, y aprende a romper el patrón insano de usar el miedo para controlar a tus hijos. Deja de condicionarlos para convertirse en personas fácilmente manipulables o que acaben usando el miedo para manipular a los demás.

Por: Berna Iskandar

miércoles, 26 de agosto de 2020

Que haga caso o cuidar el vínculo ¿qué te importa más?

 



Muchos progenitores insisten en que quieren criar con respeto pero no logran que sus hijos hagan caso, que obedezcan, que se “porten bien” y buscan técnicas o atajos para conseguir el resultado esperado. Los cursos sobre disciplina positiva están siempre llenos de adultos que buscan ávidamente fórmulas para poner límites “eficazmente”. Sin embargo pocos se preocupan por buscar herramientas o caminos para lograr un mejor acercamiento con los hijos, comprenderlos más, crear conexión empática, confianza, intimidad emocional con ellos. A los padres les importa sobre todo gestionar el comportamiento que valoran como malo o bueno a partir de creencias cuestionables sobre lo que debe ser un niño o lo que podemos esperar de ellos a determinada edad. Desde esas falsas expectativas juzgamos como inadecuadas muchas conductas que son propias de los niños y nos centramos en modificarlas pensando que así aseguraremos una buena educación. Se desconoce que el comportamiento del niño no es malo o bueno, simplemente es una forma de comunicar y que un niño alterado está comunicando su desequilibrio —en la mayoría de los casos— originado por la falta de conexión emocional con sus padres y no por la falta de límites. Cada vez que una mamá o un papá me pregunta cómo hacer para que su hijo no pida todo llorando, no haga berrinches, no grite, haga caso de inmediato cuando le piden que ordene el desorden, que se bañe, que coma, que salude, que no moleste… les pregunto ¿qué te importa más, papá, mamá… que tu hijo te haga caso todo el tiempo o construir un vínculo afectivo robusto, de bienestar y confianza con él o con ella?, ¿de qué te sirve que tus hijos te complazcan sin rechistar si básicamente cada día estás provocando más rabia, resentimiento, malestar, culpa, si estás dañando el vínculo…? Céntrate entonces en privilegiar una buena relación que haga sentir a tus hijos más aceptados, comprendidos, sentidos por ti y verás como, muy probablemente por añadidura, manifestarán un mayor deseo de cooperar.



Berna Iskandar @conocemimundo

martes, 18 de agosto de 2020

SALIRSE CON LA SUYA ¿ESTÁ BIEN O MAL?

 

Una queja constante de los progenitores es que los niños nunca hacen caso, que siempre quieren salirse con la suya. Los juzgamos de caprichosos, pequeños tiranos, emperadores, seres insaciables y no sociables a quienes debemos frustrar porque de lo contrario no encajarán en sociedad con lo cual incurriríamos en crianzas permisivas y negligentes.

Hay dos cosas que llaman la atención frente a estas creencias. La primera la explica muy bien la psicóloga española Mónica Serrano y es que se descalifique al niño por querer salirse con la suya —es decir, por querer lograr sus objetivos— al tiempo de pretender que este mismo niño desarrolle una alta motivación, sensación de capacidad, seguridad, autoestima positiva y capacidad de esfuerzo. El hecho de que el objetivo del niño vaya en contra del objetivo del adulto (el niño quiere seguir jugando pero es la hora de bañarse) no quiere decir que salirse con la suya o querer lograr sus objetivos sea necesariamente negativo. Por el contrario, deberíamos resignificar el empeño de los niños en “salirse con la suya” como una actitud empoderante. Una vez se diferencie el hecho de que los niños quieran lograr sus objetivos con el hecho de que estos objetivos entran en conflicto con los nuestros, hay que encontrar la manera de resolver dicho conflicto respetuosamente sin negar el derecho de las criaturas a desear salirse con la suya. Esto no quiere decir que los vamos a complacer en todo, y me parece ridículo tener que aclararlo siempre cuando debería ser una cuestión de sentido común.

Es aquí donde quiero referirme al segundo punto de esta reflexión. Te aseguro que te sorprenderás si observas bien todas las veces que tus peques te hacen caso cada día.
Prácticamente están sometidos sistemáticamente a nuestras órdenes, mandatos, deseos, prioridades organizativas y la mayoría de las veces nos complacen, hacen lo que les imponemos o pedimos. Saca la cuenta y lo verás. Estoy segura de que si otro adulto nos pidiera o exigiera la misma cantidad de veces el modo en que debemos comportarnos, qué hacer, qué comer, cómo sentir, pensar o expresarnos, no podríamos aguantar tanta presión ni un solo día.
¿Qué te ha parecido esta reflexión? ¿Te ha ayudado a ampliar tu mirada sobre la infancia y sus reales necesidades?

Que abunde el amor y los buenos tratos en la crianza
Por: Berna Iskandar @conocemimundo
Correo conocemimundo@gmail.com 

sábado, 8 de agosto de 2020

La ausencia de límites también es maltrato infantil

 


Aprende a establecer límites a tus hijos con amor y respeto pero también con firmeza; observarás que sus comportamientos serán los mejores.

Por: Adriana Acosta Bujan

La manera de criar y educar a los hijos cambia generación tras generación; tiempo atrás mi padre me contó que mis abuelos llegaron a golpearlo con un cinturón de cuero cada vez que se portaban mal, incluso le jalaban el cabello y lo pellizcaban por decir malas palabras. En mi caso, mi padre siguió con ese mismo modelo; también me llegó a golpear con un cinturón, con la chancla y me pellizcaba cada vez que hacía algo incorrecto.

Después me convertí en madre, por lo que yo cambié radicalmente el patrón de educación que había aprendido. Recuerdo que nunca le puse una mano encima a mi hijo para corregirlo, pero sí lo castigaba prohibiéndole cosas que a él le gustaban.

Cuando somos padres la crianza de los hijos se convierte en un gran reto, ya que tenemos como modelo la manera en cómo fuimos educados. En caso de haber experimentado algún tipo de violencia física o psicológica en nuestra infancia, por lógica deseamos eliminar por completo ese aprendizaje.

Sin embargo, algunas veces la carencia de castigos nos encamina a no saber establecer límites a los hijos, convirtiéndonos en padres permisivos y sobreprotectores.

Las distintas caras de la crianza

El temor de la mayoría de los padres es que los hijos se vuelvan niños maleducados, groseros e insoportables, por la falta de límites. Pero a veces se suele sobreprotegerlos en exceso tratando de evitar cualquier problema o dificultad que puedan experimentar, estropeando su desarrollo.

Esta sobreprotección hará que los hijos se vuelvan dependientes de los padres y por consecuencia les generará inseguridad a la hora de tomar decisiones en cualquier momento de su vida. Los hijos sobreprotegidos, responderán a través de caprichos o berrinches debido a que no sabrán cuales son los límites y las reglas de comportamiento en general; incluso, no respetarán la autoridad de ambos padres.

Otra cara de la crianza, es cuando los padres no tienen suficiente tiempo para estar con sus hijos, por lo que esa falta de amor la reemplazan por cosas materiales; esto a la vez hace que ellos no conozcan de límites, puesto que son libres en hacer lo que quieran.

También está la forma de crianza rígida, donde los padres suelen castigar a los hijos utilizando la violencia, ya sea física o psicológica, con tal de que ellos tengan buenos comportamientos.

Sin juzgar el tipo de educación que estés ejerciendo en tus hijos, es importante establecer y mantener ciertas reglas y límites en el hogar, pues los hijos deben comprender que todos sus actos tienen consigo consecuencias (buenas o malas).

Incluso, los expertos aseguran que la carencia de límites es una forma de maltrato infantil, ya que al no ejercer una autoridad en los hijos, estos sufrirán graves alteraciones emocionales que se reflejarán en su vida adulta.

Cómo establecer límites a los hijos sin dañarlos

Teniendo en cuenta que los límites son fundamentales para el desarrollo de los hijos y por ende para tener una mejor convivencia familiar, es importante saber que estas reglas deben ser permanentes (que no cambien), ya que serán referentes estables que los niños tendrán como modelo de aprendizaje.

Para comenzar, lo ideal es aplicar normas de convivencia en el hogar, como por ejemplo, tener un horario para las comidas y el modo de comportase en la mesa, el uso de la televisión o dispositivos móviles, el modo en cómo deben ordenar su habitación, el tiempo de estudio, entre otras cosas.

La finalidad es que los hijos integren esas normas como formación de hábitos que les sirvan para sentirse bien consigo mismos y no como una manera de ejercerlas por obligación.

1 Hablando claro

Muchas veces los padres cometemos el error de no establecer límites sino deseos cuando les decimos a los hijos: “Me gustaría que te portes bien”, “sé bueno”, “no hagas eso”, “quisiera que te quedarás sentado mientras comes”. Sin embargo, el mensaje no es muy claro que digamos, y puede ser confuso para los hijos.

Cuando establezcas límites o reglas, se recomienda utilizar un mensaje claro, correcto y sin tanto rollo, para que los niños puedan comprender las consecuencias de sus acciones.

Por ejemplo: si están en un hospital puedes decirle: “Debes hablar bajito porque hay muchos pacientes enfermos”, “si no recoges tus juguetes, puedes lastimarte y tropezarte”, “Si no haces tu tarea, no podrás aprender”.

2 Anticiparse

Los niños deben conocer los límites y reglas antes de que tengan un mal comportamiento. Es como cuando entramos al colegio, en los primeros días de clases se establecen las reglas de convivencia. Es recomendable decirles a los niños “A partir de ahora no permitiré…”, la idea es que ellos comprendan correctamente los mensajes.

Incluso, se deben dar dos alternativas, así quitaremos la dureza aparente de los límites sin renuncia a ellos. Se trata de dar opciones distintas para que el niño pueda cumplir fácilmente; “te lavas los dientes antes o después de ponerte la pijama”. Así ayudamos a los hijos a tomar decisiones y a asumir la responsabilidad de sus acciones.

3 Amor y más amor

Los límites nunca se deben establecer con gritos o enojos; estos deben marcarse con afecto. Se recomienda utilizar un tono de voz normal, ya que si estableces reglas fuera de control es probable que el niño también reaccione de la misma manera y lo harán con temor.

Además, estos deben ser aplicados con firmeza, por ejemplo: “la tarea debe estar hecha antes de la comida”, “son las 9 de la noche, hora de acostarse”.

4 Cosas positivas

Recalcar lo positivo de los límites hará que los hijos comprendan los motivos por los cuales deben obedecer. Explica el porqué de cada regla, como una manera de prevenir situaciones peligrosas. “Salir abrigado, te ayudará a no enfermarte”.

En conclusión, los padres deberán ser constantes, persistentes y sobre todo mantener la calma, al momento de establecer límites a los hijos. Recuerda que los límites son fundamentales para que ellos tengan un buen desarrollo emocional, ayudándolos a mejorar en sus relaciones sociales, en su autoestima, seguridad y confianza.

miércoles, 10 de junio de 2020

Sobre el “chirlo a tiempo” y otras modalidades de castigo físico

Publicado el 
“Todos los niños son seres humanos. No se pueden utilizar con ellos medios,modos y métodos que no serían aceptables en otro ser humano”Rosa Jové
Se entiende por castigo físico el uso de la fuerza causando dolor o malestar con el fin de imponer disciplina y corregir una conducta indeseable en el niño. Es una forma de violencia hacia los niños socialmente aceptada a pesar de que vulnera sus derechos fundamentales a la integridad física, a la dignidad humana y a ser protegido contra toda forma de violencia, tal como lo establece la Convención sobre los Derechos del Niño incorporada a nuestra Constitución Nacional. Algunas de las modalidades más conocidas son los chirlos, los tirones de pelo y orejas, los pellizcos, las cachetadas, las patadas y los zarandeos.
Se trata de un problema alimentado por las normas sociales que toleran la violencia al considerarla una manera aceptable de resolver los conflictos, además de aprobar la dominación de los niños por parte de los adultos[1].
Hay padres que castigan de esta forma (habitual o esporádicamente) porque lo consideran oportuno y válido “para disciplinar”, porque creen que están educando, “por el bien de sus hijos”. También hay quienes lo hacen porque se desbordan, porque pierden la paciencia y los propios límites, porque se quedan sin recursos adecuados para afrontar la situación y resolver el conflicto de una manera saludable y respetuosa. El chirlo emerge en lugar de la palabra y la reflexión. Sea cual fuere el motivo que lleve al uso de la fuerza, es importante destacar que, tal como señala la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, ningún tipo de violencia es justificable y todo tipo de violencia es prevenible. Pero lamentablemente, como afirma Carlos González, “lo que diferencia la violencia contra los hijos de otros tipos de violencia en nuestra sociedad, lo que la convierte en una intolerable ignominia, es la justificación”.
El castigo físico NO enseña respeto, el castigo hace que el niño actúe en base al miedo, desde la sumisión. Hay otras maneras de manejar los conflictos y de acompañar sus desbordes emocionales sin recurrir a la violencia (física ni psicológica). ¿Por qué se justifica el uso de métodos con los niños que en otros vínculos son sancionados? Reflexionemos. ¿Cómo se siente cualquier persona cuando le pegan o cuando es violentado de cualquier otra forma? ¿Cómo puede sentirse un niño? ¿Cómo puede sentirse cuando quien lo agrede es justamente uno de sus cuidadores primarios? ¿Han mirado a sus ojos en ese momento? Confío en que todos queremos enseñar a nuestros hijos a tratar a los demás como quisiéramos ser tratados. ¿Y entonces? Pensemos. ¿Qué se les enseña utilizando castigos físicos? ¿Que las agresiones y la violencia son maneras válidas de resolver los conflictos? ¿Que si alguien hace algo que no nos gusta, está bien pegarle?
En la campaña “Educa, no pegues”[3], impulsada por Save the Children, UNICEF, CEAPA y CONCAPA, se enumeran algunos de los efectos que el castigo físico tiene en los niños:
  • Daña su autoestima, genera sensación de minusvalía y promueve expectativas negativas respecto a sí mismo.
  • Les enseña a ser víctimas. Existe la creencia extendida de que la agresión hace más fuertes a las personas que la sufren, las “prepara para la vida”. Hoy sabemos que no sólo no les hace más fuertes, sino más proclives a convertirse repetidamente en víctimas.
  • Interfiere sus procesos de aprendizaje y el desarrollo de su inteligencia, sus sentidos y su emotividad.
  • Se aprende a no razonar. Al excluir el diálogo y la reflexión, dificulta la capacidad para establecer relaciones causales entre su comportamiento y las consecuencias que de él se derivan.
  • Les hace sentir soledad, tristeza y abandono.
  • Incorporan a su forma de ver la vida una visión negativa de los demás y de la sociedad, como un lugar amenazante.
  • Crea un muro que impide la comunicación padres – hijos y daña los vínculos emocionales creados entre ambos.
  • Les hace sentir rabia y ganas de alejarse de casa.
  • Engendra más violencia. Enseña que la violencia es un modo adecuado para resolver los problemas.
  • Los niños y niñas que han sufrido castigo físico pueden presentan dificultades de integración social.
  • No se aprende a cooperar con las figuras de autoridad, se aprende a someterse a las normas o a transgredirlas.
  • Pueden sufrir daños físicos accidentales. Cuando alguien pega se le puede “ir la mano” y provocar más daño del que esperaba.
Es claro: los niños tienen derechos como cualquier otro ser humano, derechos que no dependen de su edad ni de su tamaño.  El Artículo 19 de la Convención sobre los Derechos del Niño establece que “es obligación del Estado proteger a los niños de todas las formas de malos tratos perpetradas por padres, madres o cualquiera otra persona responsable de su cuidado, y establecer medidas preventivas y de tratamiento al respecto”.

Este año entrará en vigencia el nuevo Código Civil en nuestro país. Afortunadamente, en él se establecerá que “se prohíbe el castigo corporal en cualquiera de sus formas, los malos tratos y cualquier hecho que lesione o menoscabe física o psíquicamente a los niños o adolescentes.”[4]

[1] Unicef: “Ocultos a plena luz: Un análisis estadístico de la violencia contra los niños”. 2012.
[2] Si alguna vez “se nos llegara a ir la mano” con nuestros hijos: reconozcamos nuestro error, procuremos hacer lo imposible para que no vuelva a ocurrir y, más que todo, sentémonos con ellos y pidamos perdón.
[3] Save the Children, UNICEF, CEAPA, y CONCAPA: “Educa, no pegues: campaña para la sensibilización contra el castigo físico”. España, 1999.

sábado, 6 de junio de 2020

No pidas a tu hijo que se calme si no has aprendido aún tú mismo a calmarte



El niño gritaba y pataleaba. Todos los ojos en la sala de espera estaban puestos sobre él y su padre, quien se veía notablemente nervioso por saberse el centro de atención. La tablet se había quedado sin batería y hacía ya media hora que estaban esperando al doctor. Los gritos del niño se vieron opacados de repente por un llanto de dolor; su papá le había dado un pellizcón en el brazo profiriendo toda clase de amenazas.
Me fue fácil ponerme en el lugar de ambos, pues estuve en sendos lugares en distintos momentos de mi vida. Fui la niña a la que reprendieron con un grito, y soy a veces esa madre que no sabe cómo manejar el berrinche de su hijo cuando no puedo calmarme ni a mí misma.

¿Cómo voy a calmar a mi hijo si es justamente calma lo que me falta?

Hay una frase poderosa y que los padres jamás deberíamos olvidar que reza “No te preocupes si tus hijos no te escuchan. Ellos te observan todo el tiempo”. Y es que la palabra educa, enseña y convence, pero es el ejemplo el que arrastra.
Nuestros hijos nos ven todo el tiempo. Ellos observan cómo muchas veces no podemos manejar la ira, la frustración, el enojo y la impaciencia. ¿Por qué no podemos comprender cuando ellos tampoco saben hacerlo? ¿De dónde se supone que van a aprender acerca de la compostura?
Hay una edad en los niños en la que la frustración es normal, y es justamente cuando más debemos acompañar. Luego, conforme van creciendo, ellos mismos deben aprender a regular sus emociones para no caer en el vicio del ofuscamiento, el enojo y la negación.

Nuestros hijos necesitan calma en una sociedad que vive acelerada

El estrés que se vive en la sociedad actual impacta directamente en el comportamiento de los niños. Es natural sentirse agobiado por las responsabilidades de la vida cotidiana; y a eso muchas veces se le suma las luchas interminables en casa para que los hermanos no peleen, hacerles entender a los hijos cosas simples, o discutir con la pareja acerca del orden de las finanzas o decisiones que incumben a la familia en general.
En ese ámbito, y en un trasfondo de estrés que muchas veces los adultos no sabemos manejar, están nuestros hijos. Y muchas veces el estrés en los niños, los berrinches interminables y los llantos descontrolados tienen que ver con el estrés de los propios padres.
Si como padres estamos todo el día acelerados y alterados es casi imposible que en un momento de estrés del niño se calme por arte de magia bajo nuestro mandamiento. Sí, hace unas décadas atrás con solo mirar a los hijos éstos callaban de inmediato y hacían caso a sus padres. Pero esa era una educación fundada en el miedo y no necesariamente en el respeto. Hoy debemos tomar un camino más difícil si queremos que nuestros hijos confíen en nosotros el día de mañana y no que nos teman.

Cómo calmar a un niño alterado

Si algo he comprobado a través de mi experiencia como madre es que mis hijos jamás lograron calmarse cuando yo les devolví “con la misma moneda”. Es decir, hay situaciones en las que mi paciencia está al límite y no puedo calmar a mis hijos pues no logro calmarme a mí misma. Pero cuando el berrinche o enojo de mi hijo no cala en mi compostura es cuando más fácil se me da ayudarlo.
Cuando un niño está alterado, enojado, frustrado necesita contención, una mirada a su altura y palabras de cariño. En función de su personalidad, en ese momento tu hijo puede rechazar tus abrazos, tus palabras y hasta puede irse del lugar donde está. Tú estás haciendo tu parte, le estás demostrando que quieres ayudarlo a calmar sus emociones. No te eches atrás, el adulto eres tú.
Los padres somos la figura de referencia de nuestros hijos. Si te muestras alterado o nervioso cuando ni él mismo puede calmar su tempestad ¿cómo va  a encontrar esa seguridad que está buscando? 

Nombrar las emociones

Begoña Ibarrola, psicóloga y experta en educación emocional, advierte que educar en las emociones es un punto clave en el aprendizaje infantil. Para la experta, es importante que los padres podamos apoyar la expresión de las emociones en vez de reprimirlas.
Una forma de apoyar esas emociones es nombrándolas. Cuando un niño llora o grita no sirve de mucho que le digamos “no te pongas así” o “no llores”, pues en verdad muchas veces el niño no sabe por qué está llorando o por qué está nervioso. En estos casos podemos ayudarlos a identificar eso que siente llamándolo a través de su nombre: “¿te sientes enojado?” “¿estás triste?”, o decirle “Entiendo que te sientas enojado por esta situación”.

Detrás de un enojo o rabieta hay un niño que busca amor

Por más triste, enojado y colérico que esté un niño, jamás debemos negarle nuestro amor. Y si te encuentras en una postura en la que te es difícil calmarte aléjate por unos minutos, respira, y vuelve al lugar con más calma. 
Los niños no nacen enojados. Los niños tienen la alegría y la felicidad a flor de piel. Es a nosotros quienes a veces nos cuesta mucho comprender su mundo y bajar a su altura. Recordemos que la mente de los niños se encuentra aún en desarrollo y muchas veces no tienen las herramientas suficientes para hacer frente a la oleada de emociones que los agobian. 
Allí debemos estar nosotros, para tender una caricia que alivie, una palabra que aliente, y una mirada que guarden siempre en su corazón, para que sepan que pase lo que pase allí estaremos para ayudarlos.

martes, 12 de mayo de 2020

Somos los adultos quienes necesitamos derribar mitos, cambiar nuestra percepción sobre el niño, la niña

Fuente: @Noviolenciainfantil

Por: Berna Iskandar @conocemimundo

Casi a diario, y más todavía en tiempos de crisis,  me escriben progenitores impacientes pidiendo que les recomiende algún psicólogo o terapeuta infantil porque ya no saben qué hacer para que su pequeño o pequeña les obedezca sin rechistar, para que haga la tarea, para que duerma en solitario toda la noche sin molestar, para que coma, para que deje de pedir las cosas llorando, para que detenga las rabietas, para que respete... Siempre les contesto que somos los adultos cuidadores los que necesitamos ayuda para redimensionar nuestras expectativas con los niños, para comprender apropiadamente sus necesidades o lo que subyace tras su comportamiento. Somos los adultos quienes necesitamos derribar mitos, cambiar nuestra percepción sobre el niño, la niña,  sobre el modo en que creemos que debemos aproximarnos hacia él o ella (generalmente unidireccional, distante, autoritario, desde arriba). Somos los adultos los que tenemos que mirar fehacientemente con qué recursos emocionales contamos para sentir a nuestros hijos, para mantenernos disponibles o no, para comprender porqué nos resulta tan difícil validar y responder a sus necesidades, empatizar con ellos. Somos nosotros los que tenemos que emprender la tarea de abandonar patrones insanos, reeducándonos, elaborando heridas arrastradas desde nuestros propios desamparos infantiles… en fin, hacer un trabajo de formación y de autoindagación transformadora para mejorar nuestras competencias parentales, ensanchar nuestras fronteras emocionales, superar creencias falsas, opiniones cuestionables sostenidas a lo largo de generaciones,  dando cabida a una consciencia más amplia.  Es así como, por añadidura, en la mayoría de los casos los niños mejoran. Ellos son nuestro más directo y descarnado espejo con lo cual siempre cabe preguntarse cuánto de lo que vemos, percibimos, juzgamos sobre nuestros hijos corresponde a ellos y cuánto a nosotros. En general somos los adultos y no el niño quién necesita buscar la ayuda psicológica o terapéutica porque la mayoría de las veces, la conducta de los niños comporta un síntoma de los problemas del adulto o adultos a su cargo, o una consecuencia de la sociedad enferma en la que están inmersos. Entonces mejorando el adulto, por añadidura, el niño mejora… 
 
Habrá situaciones puntuales donde un niño requiera apoyo de un especialista o terapeuta, como por ejemplo la atención a experiencias traumáticas, entre otros, pero realmente son excepcionales,  e incluso en esos casos los adultos responsables debemos atendernos junto al niño. Y ojalá si lo llegamos a necesitar algún día, gocemos del criterio necesario para elegir a un profesional orientado por una mirada respetuosa de la infancia y facultado para no caer en el acusado vicio de patologizar cualquier comportamiento e incluso medicalizar a las criaturas. Acudir a un especialista, en ningún caso debería entenderse como un medio para reprogramar a los niños a nuestro antojo para que llene nuestras expectativas.   
 
Decía el pedagogo Alexander Neill, que no hay niño problema, sino padres problema y una sociedad problema… Es hora ya de dejar de correr la arruga y responsabilizarnos de aquello que nos toca.
 
Sabes que mi trabajo es ayudarte a conocer mejor a tus hijos, a enamorarte cada vez más de ellos y a confiar en que ese amor nunca los va a malcriar. Gracias por permitirme acompañarte a través de mis espacios de formación transformadora a amarlos y cuidarlos como ellos esperan y necesitan.

jueves, 9 de abril de 2020

CRECER A TU LADO : El Riesgo de las Recompensas [Alfie Kohn]

CRECER A TU LADO : El Riesgo de las Recompensas [Alfie Kohn]:    

"Muchos educadores están acertadamente conscientes de que los castigos y amenazas son contraproducentes. Haciendo sufrir a los niños para alterar su comportamiento futuro se puede muchas veces obtener complicidad temporal, pero esta estrategia no los ayuda a convertirse en personas que tomen sus decisiones en forma ética y compasiva. El castigo, incluso referido eufemísticamente como consecuencias, tiende a generar ira, desafío, y deseo de venganza. Más aún, proporciona un modelo del uso del poder en lugar de la razón y rompe la importante relación entre el adulto y el niño.